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Libro: Los padres pródigos, Sinclair Lewis, 1938

Los padres pródigosSinclair LewisEste es un libro antiguo. El ex-libris tiene fecha de 1976. La foto evidencia que el papel es ya algo más que amarillo. La letra es muy pequeña y los márgenes escasos.

Lo leí con diecisiete años, en una época en que leía compulsivamente. Leía tan absorto y ávido que a veces no estaba seguro, y al retroceder unas paginas con frecuencia confirmaba alarmado que, efectivamente, había párrafos que parecían puestos allí a posteriori.

Aquella primera vez me impresionó la originalidad de la idea, que invertía los papeles de los protagonistas de la parábola del hijo pródigo de la Biblia. En esa época me fascinaban los puntos de vista insólitos. La originalidad. Tomar una premisa absurda y desarrollarla con ingenio.

La idea de unos padres marchando del hogar, descarriados, y volviendo al cabo de un tiempo contritos y arrepentidos me tuvo que resultar chocante, porque al fin y al cabo, en aquel momento yo era más que nada hijo, y adolescente. Me pareció una broma estupenda de Sinclair Lewis.

También recuerdo haber resonado con la idea de escapar de las responsabilidades, algo que no me sorprende, siendo como era tan joven. Uno se da cuenta de que debe crecer pero a ratos el papel le queda grande.

El caso es que ayer encontré el libro por casa y decidí echarle un vistazo. Esto ya lo hice hace unos años con Ana Karenina, y me impresionó tanto que hasta escribí una canción conmemorativa.

Quiero decir, que es toda una experiencia volver, pasados los cincuenta, a repasar aquello que te impresionó entre los quince y los venticinco. Es posible que uno encuentre infumable algo que le pareció radical y brillante (El libro de los sueñosJack Kerouac, por ejemplo). Pero también puede que con la iluminación del nuevo escenario se obtengan revelaciones inesperadas.

Trama argumental

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Política

Cuatro cosas que aprendí leyendo a Adam Smith

Esta mañana publiqué un comentario en el blog de Esperanza Aguirre:

Con todo y admitir que la violencia de ETA es repugnante, no sé por qué pone usted tanto foco en ella, y no nos dice nada de la violencia diaria contra los desahuciados, por ejemplo. ETA hace tiempo que no mata, pero desahucios los hay a cientos cada día. Claro que detrás de estos crímenes están los bancos, el famoso mercado, que no es más que ese grupo de personas favorecidas que siguen enriqueciéndose a costa del resto de nosotros, y de muchos de los cuales es usted, con seguridad, amiga.

Es cierto que ayer me pasé la mañana siguiendo en directo la evolución del desalojo de cinco familias en Jete (Granada), y quizás estaba aún impresionado por el espectáculo. De hecho, durante el tiempo que estuve conectado hice mi pequeña aportación desde Twitter, pidiendo a varios usuarios con miles de seguidores que retuitearan el enlace a la retransmisión. Por cierto, que dos de ellos (@gerardotc y @adacolau) lo hicieron y hubo una cascada de veinte o treinta avisos en mi móvil demostrando que la difusión puede ser realmente exponencial.

Volviendo a Twitter, por la tarde volví al blog de Esperanza Aguirre. Alguien me había contestado:

¿Existe un sistema económico más eficaz que la economía de mercado?

No resulta una pregunta para contestar a la ligera. Para empezar, uno no es economista. Y, viendo cómo aciertan los economistas, quizás sea una suerte no serlo. En todo caso, parece más bien una pregunta autoafirmativa, que podría reformularse como: “Atrévete a decirme que la economía de mercado no es el sistema económico más eficaz”.

De todas formas, tengo claro que la eficacia no es el tema. No se trata de producir riqueza, sino de repartirla. Ahora pienso y no tengo la cabeza tan clara, pero en el momento de contestar lo tenía clarísimo. Me he pasado un mes dale que te pego a Adam Smith, vamos, como para no desenfundarlo ahora que me dan pie.

Defíname eficaz.

Un sistema que hace que la riqueza se concentre en unas pocas personas y la pobreza sea cada vez mayor para la inmensa mayoría es necesariamente eficaz desde el punto de vista de los primeros.

Adam Smith, supuesto padre del capitalismo, ya avisaba que el mercado funcionaría por si mismo a condición de que el estado vigilase que no hubiera “relaciones de dominación” entre las personas. O sea, que los pobres no fueran tan pobres que tuvieran que aceptar cualquier condición de los ricos, y que los ricos no fueran tan ricos como para poner en jaque el poder del Estado. De hecho, el Estado tenía el deber y la obligación de poner las “normas de juego” del mercado, y entonces sí, dejar a la “mano invisible” regular las transacciones del mismo.

Los liberales olvidaron deliberadamente lo que no les interesaba del discurso republicano de Adam Smith: dijeron que los hombres debían ser iguales ante la ley, pero que lo de ser rico o pobre venía a ser una elección personal. Jamás les pareció relevante el tema de las “relaciones de dominación”, básicamente porque a ellos les cupo la suerte de estar en el lado dominante.

Así que, resumiendo, sí: el sistema capitalista es el más eficaz, siempre que sea usted uno de los afortunados que se enriquecen gracias a él. En caso contrario, permítame la perplejidad ante la necesidad de aplaudir un sistema económico que a usted (como al resto de la mayoría) perjudica sin misericordia.

Por lo menos me quedo descansado.