Los padres pródigos, Sinclair Lewis. Este es un libro antiguo. El ex-libris tiene fecha de 1976. La foto evidencia que el papel es ya algo más que amarillo. La letra es muy pequeña y los márgenes escasos.
Lo leí con diecisiete años, en una época en que leía compulsivamente. Leía tan absorto y ávido que a veces no estaba seguro, y al retroceder unas paginas con frecuencia confirmaba alarmado que, efectivamente, había párrafos que parecían puestos allí a posteriori.
Aquella primera vez me impresionó la originalidad de la idea, que invertía los papeles de los protagonistas de la parábola del hijo pródigo de la Biblia. En esa época me fascinaban los puntos de vista insólitos. La originalidad. Tomar una premisa absurda y desarrollarla con ingenio.
La idea de unos padres marchando del hogar, descarriados, y volviendo al cabo de un tiempo contritos y arrepentidos me tuvo que resultar chocante, porque al fin y al cabo, en aquel momento yo era más que nada hijo, y adolescente. Me pareció una broma estupenda de Sinclair Lewis.
También recuerdo haber resonado con la idea de escapar de las responsabilidades, algo que no me sorprende, siendo como era tan joven. Uno se da cuenta de que debe crecer pero a ratos el papel le queda grande.
El caso es que ayer encontré el libro por casa y decidí echarle un vistazo. Esto ya lo hice hace unos años con Ana Karenina, y me impresionó tanto que hasta escribí una canción conmemorativa.
Quiero decir, que es toda una experiencia volver, pasados los cincuenta, a repasar aquello que te impresionó entre los quince y los venticinco. Es posible que uno encuentre infumable algo que le pareció radical y brillante (El libro de los sueños, Jack Kerouac, por ejemplo). Pero también puede que con la iluminación del nuevo escenario se obtengan revelaciones inesperadas.
Trama argumental
La trama muestra a una típica familia burguesa norteamericana. El padre, Fred Cornplaw, es el narrador. Es un desahogado vendedor de coches, amante de su mujer, Hazel. Tiene dos hijos mayores, Sara y Howard, con los que no se lleva demasiado bien. Ellos esperan de su padre que les mantenga y les solucione los problemas, al tiempo que le menosprecian por ser precisamente un burgués, un aburrido vendedor de coches.
La frustración de Fred le lleva a imaginar la posibilidad de huir con Hazel, dejando atrás a sus hijos para que se las compongan solos. Los hijos y los amigos de la familia se horrorizan cuando, en la fiesta de su cincuenta y seis cumpleaños, Fred dice que piensa retirarse en un año.
A pesar del rechazo, Fred sigue con la idea de escapar de la ingrata compañía de sus hijos, y un día consigue irse con su mujer en una escapada sorpresa. Pasan una semana en un hotelito rural y vive unos días de intensa felicidad con Hazel… pero Sara y Howard les encuentran y les convencen para volver a casa. Pasa un tiempo y la situación no mejora. Una noche Fred tiene una conversación llena de reproches con Sara, en la que le confiesa que querría dejar de ser padre.
Sara se preocupa y empieza a conspirar con el médico de la familia poniendo en duda la salud de Fred. Un día le convence para que le acompañe a Nueva York y le lleva por sorpresa a la consulta de un psiquiatra. Fred rechaza ser tratado, pero se alarma al pensar que Sara puede estar pensando en declararlo incapacitado para evitar que huya.
Ante eso, vuelve inmediatamente a casa, le dice a Hazel que haga las maletas y salen a la mañana siguiente rumbo a Europa en un barco. Howard, que entretanto se ha casado, llega al muelle con su mujer justo cuando el barco se separa del muelle. Hazel llora por haber abandonado a sus hijos.
De todos modos, en Europa lo pasan bien, hasta que cinco meses más tarde llega Anabel a Francia con el nieto, huyendo de un Howard que rueda cuesta abajo, arruinado y borracho. Fred decide volver a América inmediatamente para ocuparse de su hijo, cosa que consigue. Y de pronto Sara y Howard han crecido y muestran un respeto y gratitud por su padre que nos alegra el final del libro.
Comentario apresurado
Han pasado más de treinta años desde mi primera lectura, y ahora soy padre. El argumento de Los padres pródigos ha dejado de ser una pirueta divertida del autor. Ahora entiendo que no era una brillante inversión argumental: era algo que pasaba, que pasa: de hecho se parece bastante al retrato de mi vida. Por eso he creado un intenso vínculo de empatía con Fred Cornplaw. He leído el libro con atención creciente, a menudo haciendo mías sus palabras.
Me he reconocido en su desconcierto y frustración. Eso a los padres nos pasa mucho. Bueno, no sé. A mí, como padre, me pasa. No sé qué he hecho mal para no tener el reconocimiento, la gratitud y el respeto de mis hijos. A veces, como Fred, desearía desertar de este ingrato oficio de padre, marcharme lejos, ahora que estoy retirado, y olvidar que he dedicado veinte años de mi vida a hacer algo que, evidentemente, escapaba a mis aptitudes.
A veces pienso qué poco costaría dar un poco de respeto, aliviar al ser humano que habita dentro de la figura de padre, hacer la vida más fácil a quien cuida de ti desde siempre. Otras veces la conciencia de que el adolescente está a medio hacer relaja tus amarguras. Los hijos carecen de muchos de los recursos que tienen los adultos. No se les puede culpar de ello.
Los días buenos este argumento es suficiente para seguir adelante. Los malos… ¡Ojalá tuviera el barco de Fred Cornplaw esperando en el puerto!
Citas
Escúchame, Sara: a partir de los dieciocho años, los hijos ya no tienen derecho al cariño ‘oficial’ de sus padres; deben merecer ese cariño.
Sara corrió a la puerta sollozando.
Y, sintiéndose de pronto animado por una gran audacia, se preguntó si estaría realmente obligado a ocuparse de Howard y Sara mientras sus hijos no quisieran ser sus ‘amigos’.
“Mi verdadera familia es Hazel. Y, ahora, Anabel. Y amigos, como Walter Lindbeck y el doctor Kammerking – pensaba Fred – A ninguno de ellos estoy ligado por vínculos de sangre”.
One reply on “Libro: Los padres pródigos, Sinclair Lewis, 1938”
Los lazos que unen a una familia no son de sangre sino de goce y respeto mutuo: es muy raro que los miembros de una familia vivan bajo un mismo techo.
Richard Bach