
No encuentro a nadie más digno que tú
que te has ocupado de los desahuciados
sin otra herramienta que el cariño humano.
Admiro tu esfuerzo, sin fe y sin premio.
Tú ves que no hay meta al final del camino,
mas sigues tendiendo a todos tu mano
Tú no imaginas, oh, cómo te admiro
hasta el punto de mirarme en ti
Y preguntarme,
y decidir
que nada me da más miedo
que no servir para nada,
verme extinguido en días y noches,
verme olvidado de seres queridos.
Viejo viajero, oropel de impotencia.
Yo, evitando al espejo sardónico
que hurga en mi alma aunque no le permito
ironizar con su cruda insolencia
¡Cómo te admiro, querida!
¡Hoy, que te tengo tan lejos!
Tú que igualas, o superas, mis talentos,
y que llevas, generosa, un sobrio traje
de servir
(a quien no te lo pidió)
Tú que sientes en tu alma que envejeces
y que ellos, los muchachos…
Ellos no