…menos B más menos la raíz cuadrada de B al cuadrado menos cuatro A C dividido por dos A…
José Esteve fue mi profesor de matemáticas en 4º Bachillerato, allá por 1972. También era, creo recordar, el director del colegio. Era un hombre mayor, de pelo blanco, calvo hasta la coronilla, un buenazo. Vestía una americana de tweed con coderas, pantalón de tergal y zapatones. Era muy pacífico y, aprovechando esa condición, los niños en clase se divertían tirándole papelitos o tizas. Recuerdo que me mortificaba aquella falta de respeto, aunque él nunca se enfadaba. En realidad no parecía molesto, sino solo desconcertado. Su reacción era de extrañeza, como si no entendiera por qué a sus alumnos se les escapaba toda aquella belleza.
El señor Esteve se pasó un trimestre explicándonos la ecuación de segundo grado. Le gustaban mucho las parábolas, con su cruce por los ejes, su fórmula de las raíces:
“Menos B más menos la raíz cuadrada de B al cuadrado menos cuatro A C dividido por dos A“.
Terminaba su explicación y se volvía hacia nosotros con una expresión iluminada y feliz que parecía preguntar “¿A que es maravilloso?” A la mayoría de alumnos aquellos garabatos en la pizarra no les causaba emoción alguna, de modo que la felicidad de su rostro se desdibujaba un poco, dejando entrever un rastro de desaliento. Pero enseguida se recuperaba y tímidamente empezaba otra lección.
No llegamos a terminar el temario del matemáticas ese año. La demora del primer trimestre, dedicado al Álgebra, impidió que llegáramos a los últimos capítulos, los dedicados a Probabilidad y Estadística. Igual es por eso que siempre he sentido tanta pasión por el Álgebra como aborrecimiento por la Estadística. El señor Esteve no se programaba la materia sino que la navegaba, como aquellos marinos que descubrían tierras ignotas en el siglo XV.
Quizás esa incapacidad para la planificación del curso podría servir de argumento para catalogar al señor Esteve de mal profesor, pero os aseguro que no lo fue en absoluto, al menos para mí. Gracias a él me enamoré por primera vez de las matemáticas, pude ver claramente el sentido de las fórmulas y su relación con las gráficas, comprender que podía saberlo todo de una función sin nada más que echarle un vistazo a sus coeficientes. La ilusión que se reflejaba en los ojos del señor Esteve al abandonar la pizarra me hizo envidiar su fascinación por la matemática. No creo que él se diera cuenta. Pero eso no importa. Lo único que hace a un profesor excepcional es su capacidad, consciente o no, de transmitir la pasión por la materia que explica. Y yo he disfrutado toda la vida de esa pasión que me transmitió mi profesor.
Creo que nunca pude, ni podré ya, darle las gracias al señor Esteve. Pero aún así, gracias, profe.
2 replies on “Gracias, profe”
En mi opinión, los buenos profesores pueden contarse con los dedos de la mano, pero se recuerdan toda la vida con gratitud y cariño.
En mi caso, siempre tuve serias dificultades con las matemáticas… Sin embargo, de unos años a esta parte, me apasionan la física y la cosmología. Ahora, como mero aficionado, respeto y admiro en la distancia las disciplinas científicas. Nunca podré volar en ellas, pero desde tierra se ven magníficas igualmente.
Pues la física tiene lo suyo también… Yo siempre me sentí incómodo con ella. En física todo número es aproximado, depende del error de la medición. Esa mutabilidad me parecía engorrosa y degradante, era como si la física fuera una matematica a la que le hubieran puesto un mono de mecánico (con todos mis respetos hacia los mecánicos). En la matemática pura no había ese problema, los números estaban emancipados de la naturaleza. Eso los hacía aún más mágicos.