Entregado como estoy a la tutela y lectura de El Quijote en su versión para Twitter, de tanto en tanto se me ocurren asociaciones de ideas entre este texto y otras obras a primera vista remotas. La lenta lectura da tiempo para reflexionar sobre esas ideas y he pensado en dejar aquí esas reflexiones para hacer un poco de sitio en este abigarrado desván que es mi cerebro.
Paul Auster fue uno de los últimos escritores que despertó en mí un intenso interés. Durante unos meses leí una tras otra todas sus novelas. Tengo cinco libros suyos en casa. Debo decir que de joven leía indiscriminadamente y a peso, pero el paso de los años ha menguado mi vitalidad lectora. Por eso agradezco mucho cuando aparece un autor que me apasiona de nuevo. Y Auster pertenece a esta categoría.
Pensé en Auster al leer el capítulo IX, donde se narra el hallazgo del manuscrito arábigo con la continuación de las aventuras de El Quijote. La secuencia desde el tuit 831 me recordó vivamente tanto el estilo dinámico de Auster como el giro argumental que tan a menudo aparece en sus novelas.
En una novela de Auster, no recuerdo cuál, el protagonista, huyendo de su pasado, llega a una ciudad del medio Oeste donde se hace amigo de un solitario empleado negro de ferrocarriles, y éste le aloja en una especie de sótano o refugio nuclear donde por una fatalidad se le cierra la trampilla de acceso, quedando sin posibilidad alguna de salir. Entretanto, el empleado negro sufre un ataque cardíaco y muere repentinamente, de modo que desaparecen de pronto todas las posibilidades de salir del sótano.
Esta situación me desazonó profundamente, porque me puse en la piel de Auster y pensé en el mal rato que debió pasar al encontrarse en semejante embarazo argumental. ¿Y el protagonista? ¿Qué iba a pasar con él?
Pero Auster no es un escritor cualquiera, y la situación cambia de pronto cuando la historia que uno seguía como real se convierte en un manuscrito inacabado en una carpeta que lleva otra persona, que se convierte en nuevo protagonista de la historia.
Barrunté que Auster tenía muy presente a El Quijote en su obra, y buscando información al respecto resultó que sí, que Auster admiraba profundamente la obra de Cervantes.
La asociación con Chaplin es más ligera. De joven veía en televisión los cortos de Charlot. Los daban los sábados por la tarde, si no recuerdo mal. Los golpes y patadas al culo y carreras de aquellas películas me vinieron a la mente al leer el capítulo XV, donde una incursión amorosa de Rocinante acaba con una monumental paliza (que no es la primera) para nuestros protagonistas.
Esa reiteración en las golpizas me trajo a la mente las locas carreras y golpes de las películas de Charlot. Volví a indagar sobre esta relación y encontré que Chaplin también admiraba la obra de Cervantes. De hecho, hay algo del irreductible idealismo de El Quijote en Charlot, empeñados ambos en mantenerse fieles a su visión del mundo a pesar de todas las adversidades.
(Origen de las fotos: Chaplin, Quijote de Orson Welles, Auster)