Hubo un tiempo en el que me gustaban las fotos movidas. No esas fotos movidas por un defecto de pulso, con su modestia vergonzante, sino las que reivindican su condición con orgullo militante.
La necesidad de fijar el pulso para que la foto quede nítida acaba siendo intolerable, así que un día me liberé y comencé a pulsar el disparador mientras la cámara se bamboleaba de todas las maneras posibles. Fotografiar una imagen sin pretender aprehenderla es un acto de despreocupada generosidad.
Para que una foto quede orgullosamente movida se necesita poca luz. Eso hace que la exposición sea más larga y la luz tenga más tiempo para recorrer el sensor y dejar su huella caprichosa. Por eso estas fotos quedan mejor si son nocturnas. Las luces de farolas, ventanas, semáforos y coches son la cooperativa de artistas que realizarán el trabajo creativo.
Hice muchas fotos de este tipo. Los complejos arabescos son hipnóticos: los hay discontinuos, fruto de las luces de neón, y continuos, cuando la luz es incandescente. De colores, como las de los semáforos. Enfocados y desenfocados.
En esta foto iba circulando por un túnel en la autopista del Garraf. El movimiento del coche induce la perspectiva, y el pulso orgullosamente despreocupado se ocupa del trazo fino. La tonalidad clara de la parte inferior es el capó del coche, reflejando difuso la luz del alumbrado.
Me he pasado mucho tiempo contemplando los arabescos de esta foto, aliviado de no tener que encontrarles sentido.