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Por qué habría que mentir en las encuestas electorales

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Ante una encuesta electoral, todo el mundo debería mentir.

Piensa por un momento para qué sirven las encuestas electorales.

Su utilidad más inmediata es servir a los gabinetes de campaña, es decir al personal de marketing de los políticos, para establecer estrategias de acción adecuadas para maximizar el número de votos.

Se usan también como publicidad positiva (para nosotros) o negativa (para los adversarios), con la idea de que fortalezcan la imagen pública del político. Ese concepto no es muy diferente del de fortalecer la imagen de marca de un champú o unas latas de refrescos. No importa tanto su ideario como su impacto en el público objetivo.

Y otra utilidad es servir a los indecisos para saber qué va a votar la gente. Ni qué decir tiene que una democracia que se basa en votar según qué votaron los demás tiene un perfil francamente bajísimo.

¿Por qué defiendo que se deba mentir o engañar deliberadamente en las encuestas?

Concedo que los gabinetes electorales deben diseñar una estrategia electoral, y que para ello necesitan algún tipo de información. Pero creo que el uso del marketing en política es contrario a la esencia de la democracia. El marketing pretende vender. Vender como sea. Y un político no debería venderse (oigo vuestras risas), debería tener y exponer un proyecto de sociedad, una colección de ideas, directrices y planes que el elector debería estudiar y evaluar honesta y profundamente. El marketing político banaliza la política, la reduce a unos valores tan simples que no puede sino concluirse que una democracia construida sobre el marketing no tiene el menor valor de representatividad de la voluntad popular. Posiblemente el poder, el verdadero, se oculte en cualquier otro sitio.

Así que podemos decir que cuando contestas honestamente a una encuesta electoral estás proporcionando a las maquinarias de los partidos los elementos necesarios para manipular con mayor precisión la voluntad de las personas, alejándoles así de lo que es su verdadera misión como electores.

Mi idea es que debería acabarse con las perniciosas encuestas electorales, y si no puede hacerse por supresión directa hacerlo por el método expeditivo de impedirles adquirir ningún valor. Las mentiras de todos y cada uno de nosotros proporcionarían una colección de desvaríos estadísticos que no tendrían la menor utilidad. La gente sabría que todo lo que se publicita como encuesta es lisa y llanamente una mentira. Con el tiempo, se desacreditarían tanto que nadie se atrevería a exponerlas al público.

Sin encuestas, los partidos tendrían que concentrarse en sus propuestas y programas electorales. Seguirían prometiendo la luna ante las cámaras, pero al menos esos vendedores de crecepelo no podrían saber si el resultado de sus mentiras era el deseado, no al menos hasta después de las elecciones. Y el tiempo de telediarios que dedican a publicitar encuestas podría dedicarse a otras cosas más útiles.