Me gusta la serie de televisión de El Ministerio del Tiempo. Es una serie que combina el género fantástico con el de época, usando los viajes en el tiempo sin enredarse con la paradoja temporal. Además tiene tono humorístico, y está muy bien hecha. El viaje a los momentos estelares de nuestra historia es ameno y entretenido. Y eso es un mérito, en un género donde cuesta poco ponerse mayestático y solemne en perjuicio de la pura diversión.
O sea, que queda claro que creo que El Ministerio del Tiempo es una gran serie, al menos en sus tres primeros episodios, que son los que se han emitido cuando escribo estas líneas. Y es grande, aparte de por las cosas citadas hasta aquí, porque da pie para reflexionar a partir de la materia prima que proporciona.
Uno de esos pensamientos que me da vueltas es la propaganda última que la serie puede contener, interpretada en términos políticos.
No descubro nada nuevo si digo que las manifestaciones deportivas se usan como vehículo de difusión de discursos políticos. Y es así aunque es lugar común decir que la política no debe mezclarse con el deporte. Los éxitos deportivos de un país se usan políticamente como elementos de exaltación nacional. La televisión enfatiza esos éxitos deportivos como una especie de certificado de mérito del país en su conjunto. Gracias a ellos la gente se identifica con su bandera y con su himno, y se sienten parte de algo que merece la pena. Y los países que son punteros en el ámbito deportivo usan su hegemonía como un símbolo de una superioridad de índole más general, que muy a menudo es verdadera.
Las manifestaciones artísticas también incluyen mensajes políticos. El cine americano ha hecho más por la colonización cultural de los pueblos del mundo que sus propios ejércitos. Nos han hecho admirar su democracia y sus instituciones, los valores de su cultura, sin dejar de recordarnos la superioridad de los marines americanos en todo tipo de hazañas bélicas. Y nos han mostrado con crudeza qué les ocurre a aquellos pueblos que eran un obstáculo a la expansión de su modo de vida, como aquellos infortunados indios de tantas películas del Oeste.
Así que, visto que todas esas manifestaciones humanas pueden, y de hecho suelen impregnarse de propaganda, me puse a pensar en qué podía resultar propagandística mi serie favorita de televisión. Mi punto de vista acabó resumido así, en un tuit:
El mensaje ultraconservador de #MdT3 es que merece la pena esforzarse para conseguir que nada cambie. (Y conste que me gusta la serie)
— Diego Buendia (@dbuendiab) marzo 10, 2015
Para mi sorpresa me replicó Paco López Barrio, guionista de la serie:
@dbuendiab No. “Nuestra historia no es la mejor, pero puede ser mucho peor” (Santiago, subsecretario de El Ministerio del tiempo @MdT_TVE ) — Paco Lopez Barrio (@pacolb) marzo 10, 2015
Pensé un rato sobre esto, porque a priori parece un argumento razonable. Pero si lo piensas bien, esa frase es profundamente pesimista. Un optimista podría pensar lo contrario, que nuestra historia podría haber sido mucho mejor con solo un par de retoques aquí o allá. La única virtud – llamémosle así – de nuestra historia es que ya la conocemos, y en ese sentido sí que podría darle la razón al subsecretario.
Y aquí vengo a la argumentación en términos políticos que prometí en el titular de este texto. Durante los últimos años hemos tenido un gobierno muy de derechas. Pero no es solo el gobierno: una omnipresente propaganda neoliberal ha conseguido calar incluso en personas que, por su circunstancia social, no deberían ser fans del liberalismo.
Estos propagandistas nos han vendido la certeza de que nada puede ser mejor de lo que ha llegado a ser, con sus vicios y sus virtudes. Es eso. Nada podemos hacer. El mercado funciona automáticamente: donde pueda optar entre beneficio y justicia, se decanta por beneficio. La pobreza existe, lamentablemente. Y así con todo.
En la serie, un ministerio entero se preocupa de mantener, fijar y dar esplendor (al modo de la Real Academia de la Lengua) a la historia que ha hecho de nuestra nación lo que es hoy, y eso a pesar de que lo que es hoy España no es en absoluto algo para andar tirando cohetes. Pero es igual; “podría ser mucho peor”, y eso es razón suficiente para luchar contra viento y marea contra cualquier cambio.
Quizás en otros tiempos, con otras ideas y utopías campando por las mentes de la gente, esta serie se podría plantear al revés: qué sería esta España si este o aquel acontecimiento que inclinaron el rumbo de la historia hubieran podido evitarse o desenvolverse de alguna otra manera. Imaginar otras Españas hipotéticas; mejores, si puede ser, ya que nos ponemos a imaginar. Imaginar una España sin la Inquisición, sin Fernando VII, sin la guerra de 1936. Todo un desafío para un grupo brillante de guionistas como los de El Ministerio del Tiempo.
Seguramente esta otra versión de El Ministerio del Tiempo no hubiera obtenido el visto bueno para llegar a buen término. Los que nos gobiernan prefieren que nada cambie, y, mejor aún incluso, que nadie albergue la esperanza de que algún cambio sea posible. Y solo faltaría que una serie de televisión incluyera propaganda de sociedades utópicas e hipotéticas, diferentes de todo esto que tanto trabajo ha costado grabar en la conciencia de la gente.
Pero bueno, nada esto es responsabilidad del brillante equipo que ha creado El Ministerio del Tiempo, al cual no quisiera dejar de felicitar otra vez desde aquí. Ya dije que me encanta la serie, ese rato de ensoñarse en una historia fantástica y tan bien trenzada. Lo que no me gusta es el signo de los tiempos, pero ¿a quién puede importarle eso?